viernes, 7 de mayo de 2010

Fragmento del Anatomista

La impresión que se formó Mateo Colón de la enferma fue, en primera instancia, que se trataba de una mujer infinitamente bella y, en segundo lugar, que no era aquella ninguna enfermedad frecuente. Inés estaba tendida en la cama, exánime e inconsciente. Examinó sus ojos y su garganta. Palpó su cabeza e inspeccionó sus oídos. El abad seguía los movimientos del médico con desconfiada curiosidad. Palpó sus tobillos y sus muñecas y rogó al abad que lo dejase a solas con la enferma junto a su "discípulo", Bertino. No sin alguna preocupación, el abad abandonó la alcoba.

Mateo Colón pidió a Bertino que lo ayudara a desvestir a la paciente. Quizá nadie sospechara siquiera que debajo de aquellas austeras ropas existía una mujer de una belleza extraordinaria, hecho que testimoniaban las manos del discípulo, que temblaban como una hoja al retirar cada prenda.

-¿Acaso nunca has visto una mujer desnuda? -preguntó Mateo Colón a Bertino no sin cierta malicia, haciéndole notar, de paso, que podía convertirse en el delator del espía del decano.

-Sí, las he visto... pero no con vida... -titubeó Bertino.

-Pues te recuerdo que lo que estas viendo no es una mujer, sino una enferma -marcando en la pronunciación la diferencia entre ambas entidades.

En rigor, Mateo Colón tampoco había podido sustraerse a la belleza de su paciente, pero tenía el pulso experimentado, suficiente para no manifestar ninguna turbación. E, inclusive, sabía que un médico debía hacer caso de las impresiones subjetivas: intuía que su inquietud y su perturbación no eran ajenas a la enfermedad de su paciente. Examinó el tono muscular del vientre y el ritmo de la respiración. Viendo que Bertino demoraba con su tarea, ordenó a su discípulo que terminara de una vez de quitar las ropas de la enferma. En el mismo momento en que el anatomista se disponía a tomar el pulso, Bertino prorrumpió en un grito de espanto.

-¡Es un hombre! ¡Es un hombre! -vociferaba a la vez que se santiguaba e invocaba a todos los santos del cielo-. ¡El poder de Dios sea conmigo! -imploraba con una mueca de terror.

Mateo Colón pensó que Bertino se había vuelto completamente loco. El maestro se incorporó e intentó calmar a su discípulo, cuando, para su estupor, pudo ver entre las piernas de la enferma, una perfecta, erecta y diminuta verga.

El anatomista conminó a su discípulo a que dejara de gritar. Ciertamente, aquel descubrimiento, fuere lo que fuere, ponía en peligro la vida -ya lo suficientemente frágil- de la enferma. Mateo Colón recordó de inmediato un caso que, cincuenta años antes, había conducido a la hoguera a un hombre que presentaba la apariencia de una mujer y que, aprovechando sus facciones femeninas, ejercía la prostitución. Sin embargo, Inés de Torremolinos presentaba una anatomía enteramente femenina y, por cierto, sus tres hijas eran fiel testimonio de su no menos femenina fisiología. Sin embargo, frente a las narices atónitas del maestro y su discípulo, allí estaba aquel pequeño órgano erecto, señalando al centro de sus ojos alelados abiertos como dos pares de florines de oro.

La hipótesis que mejor se ajustaba a la situación era la del hermafroditismo. Las antiguas crónicas de los médicos árabes y egipcios relataban numerosos casos de seres que presentaban los dos sexos en un mismo cuerpo. El mismo anatomista había podido comprobar un caso de hermafroditismo en un perro. Sin embargo, esta última conjetura tampoco se ajustaba a los hechos: la característica común que señalaban todas las crónicas médicas no dejaba dudas acerca de que tal anomalía significaba la atrofia completa de ambos órganos sexuales, los masculinos y los femeninos, siendo en consecuencia imposible la reproducción. Además de los tres vástagos que Inés de Torremolinos había traído al mundo, era evidente que aquel pequeño órgano no se mostraba en absoluto atrofiado; al contrario, estaba inflamado, palpitante y húmedo.

Llevado por la pura intuición, el anatomista tomó entre el índice y el pulgar aquella innominada parte y, con el índice de la otra mano, comenzó a frotar suavemente el diminuto "glande", rojo e inflamado. La primera reacción que Mateo Colón pudo comprobar fue que toda la musculatura del cuerpo de la enferma -que hasta entonces permanecía completamente laxa- cobró una súbita e involuntaria tensión, a la vez que aquel órgano aumentaba un poco más en tamaño y se conmovía en breves contracciones.

-¡Se mueve! -gritó Bertino.

-¡Silencio! ¿O acaso quieres enterar al abad?

Mateo Colón no dejaba de frotar entre sus dedos aquella protuberancia, como quien frota una rama contra una piedra para obtener fuego. De pronto, como si finalmente hubiese conseguido encender la chispa de la hoguera, todo el cuerpo de Inés se conmovió en una gran convulsión que le hizo levantar las caderas, quedando sostenida por los tobillos y la nuca, semejando un arco. Poco a poco, su cintura empezó a moverse, siguiendo la regularidad, el ritmo de los dedos del anatomista. La respiración de Inés se agitó; el corazón, se diría, le galopaba dentro del pecho y todo su cuerpo brilló súbitamente con un sudor general, reproduciendo, en virtud de aquella frotación que le prodigaba el anatomista, cada uno de los penosos síntomas que la sobresaltaban por las noches. Sin embargo, pese a que Inés se mantenía inconsciente, no se diría que aquella sesión le resultara, precisamente, penosa. La respiración de Inés fue cobrando un sonido ahogado que devino en un jadeo sonoro. Su exánime gesto se transformó en una mueca lasciva: la boca, entreabierta, dejaba ver la lengua agitándose entre las comisuras de los labios.

Bertino, el discípulo, se persignó. No alcanzaba a descifrar si aquello era un exorcismo o si, al contrario, su maestro, estaba metiendo el diablo en el cuerpo de Inés. Casi cae desmayado al ver que, de pronto, la enferma abrió los ojos, miró en derredor, y, totalmente en sí, se entregó a la diabólica ceremonia del anatomista. Los pezones de Inés se habían inflamado y erguido y ahora ella misma se los frotaba con sus propios dedos sin dejar de mirar al desconocido con lascivia, a la vez que musitaba unas palabras ininteligibles en español.

Se diría que Inés había pasado de la agonía al frenesi veneris. Totalmente consciente -si así pudiera decirse-, Inés se asió al travesaño de la cabecera de su rústica cama.

Entre ayes, convulsiones y "cómo os atrevéis" admonitoriamente suspirados, Inés dejaba hacer.

-¿Cómo os atrevéis? -murmuraba a la vez que se pasaba su propia lengua por los pezones-. Que soy mujer casta -decía y se humedecía los dedos en los labios.

-¿Cómo os atrevéis? -suspiraba y entonces abría las piernas cuanto podía-. Que soy madre de tres -decía sin dejar de frotarse los pezones y que "cómo os atrevéis", imploraba y entonces dejaba hacer.

La del anatomista no era una tarea fácil; por un lado debía sustraerse a la contagiosa excitación de la enferma y, por otro, evitar que esa misma excitación declinara. Además, Bertino -que no dejaba de persignarse- no cesaba de hacer preguntas, exclamaciones y hasta se permitió amonestar a su maestro:

-¡Cometéis sacrilegio, profanación!

-Quieres cerrar la boca y sujetar los brazos -obnubilado como estaba, Bertino obedeció.

-¡Los míos no, idiota, los de la enferma!

-¿Cómo os atrevéis? -susurraba Inés-. Que soy mujer viuda -decía y entonces balanceaba las caderas embistiendo la mano del anatomista.

-¿Cómo os atrevéis? -lloriqueaba-. Que vosotros sois dos hombres y yo una pobre mujer indefensa -decía y entonces estiraba la mano hacia la verga del discípulo, cuyas imploraciones a Dios no impedían que empezara a ponerse un poco tiesa, lo cual, por cierto, le aseguraba al anatomista el silencio de Bertino.- ¿Cómo os atrevéis? -murmuraba Inés-. Que ni siquiera os he visto nunca antes...

8 comentarios:

  1. De como Mateo Colon y su ayudante Bertino se vienen a enterar de la existencia del clítoris (aun innominado).
    Se me ocurrió que no habiendo menores en el blog, lo podíamos compartir.
    Lo otro que se me ha ocurrido es que hoy día, casi 700 anios mas tarde, todavia existen muchos Mateo Colon y Bertinos que no saben de la existencia (y aplicación) de dicha parte.
    Salud!

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  2. Bueno, cómo nos levantamos hoy!!! ;))) Acepto sugerencias sobre el uso de dicha parte, seguramente existe alguna forma de uso que todavía no he aprendido.

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  3. No se vos, yo me levante tranquilo.
    Y que queres? una aplicacion para tu smartphone que te diga lo que tenes que hacer? 'Kmon, Mark!
    jajajaja!

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  4. No estaría mal tener algo así a mano para mi smartphone, uno nunca sabe cuando puede necesitar ayuda ;)

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  5. Caramba!!! que fragmento Juancito...

    Me gusto mucho. Y como Ines (la protagonista) me quede con ganas de mas, ja ja ja

    gracias por compartirlo.
    abrazo

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  6. Yo siempre me quedo con ganas de mas. Es pecado? ;)

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  7. Queridos, no había leído a andahazi aun. un breve fragmento que seguramente me llevara a leer el libro, gracias Jp por el aporte!

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  8. Amigos, una semana tarde respondo los comentarios (les dice algo esto? jaja)

    Es un libro divertido. Otro que puede gustarles es "la ciudad de los herejes" que tambien habla de la contradiccion "puritanismo eclesiastico versus sexualidad". Y finalmente uno muy original es "el conquistador"... que cuenta la historia de un lider militar azteca que descubre Europa.

    Buena lectura. A ustedes que estan casados, me permito recomendarles que lo lean con sus respectivas esposas... digo yo...

    Abrazo!
    Juan P.

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